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Tomo un lápiz y hago el recorrido de todo su cuerpo. En ese recorrido vuelco la libido. No soy mi cuerpo. Soy mi mano derecha y mi mirada, que viaja del papel a él, ida y vuelta, incontables veces. Soy parcial, soy parte. Parte de lo que emerge de ese nosotros momentáneo.
Soy emociones. Soy fuego que quema el papel con su contorno. De repente, soy memoria. Recuerdo ese viaje a la nada, la ruta en invierno. Siento el rocío y el gusto a mate caliente con cardamomo. Sonrío. Por un rato, le sostengo la mirada. Él me regala una sonrisa ladeada, como sombrero de guapo y levanta las cejas. Me gustan sus colores. El color indefinible de su pelo, sus ojos turquesa, ese tatuaje sobre las costillas. Los colores que tiene, pero también los colores que emana. Porque cuando estamos juntos el espacio también toma color.
Cómo volcar todo eso en una hoja A3? Imposible. Decido largar todo y lanzarme a su universo. Me tiño de sus colores. Me duele la boca. Me arde la piel. Soy fuego.


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