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La verdad es que él, más allá de cierto pudor social, si es que se puede llamar así, siempre se la jugó por probar lo que le atraía, más que por mantener apariencias y a mí eso me vuelve loca: el morbo, el tabú, la complicidad cuando se manda todo eso al carajo en la cama… 

Un día, me llega un mensaje suyo “Tengo una sorpresa que te va a gustar, pedazo de degenerada”. No sé bien cómo, pero lo supe al toque: “Una cintu?” pregunto. Me cuenta que sí, exactamente eso… había conseguido la cintu, faltaba la otra parte. Al día siguiente, ya estábamos chusmeando opciones en internet. Siempre había sido muy claro con el hecho de que todo bien jugar con el orto, pero no le resultaba atractivo involucrar un choto de goma. Algo que se pareciera a un choto era una opción descartada. En realidad, para mí también… No me calientan los juguetes que quieren imitar un pene. No son lo mismo… limitate a lo que sos!

No es tarea fácil, pero encontramos uno divino, color celeste, con un diseño que parecían olitas en el mar. Al día siguiente, cayó a casa con su bolsita de primera vez en un sex shop y ahí estaba… Celeste. Sí, cuando le hacés la cola a un tipo heterosexual, es mejor que el juguete tenga nombre de piba.

Nunca lo había visto tan caliente, tan cebado con algo. A mí me prendió fuego toda la secuencia. Nunca había hecho pegging, nunca había usado una cinturonga con nadie. Me calentaba el tabú, me calentaba que él fuera tan recontra hetero y me entregara el culo.

Me calzo el arnés y acomodo a Celeste. Me parece una sensación surreal. 

Él me pregunta “cómo me querés?” y me derrito mientras le digo “boca abajo”. Así arrancamos, con un enchastre de lubricante y todo el tiempo del mundo. De a ratos no sabía si él la estaba pasando muy bien o muy mal, pero preguntaba y él me pedía que siguiera.

Después de un rato, se da vuelta, se pone boca arriba y lo sigo cogiendo mientras se pajea. Me encanta verlo cuando se toca… parece más pendejo todavía. Gemía como nunca escuché gemir a un tipo.

Me di cuenta cuando estaba por acabar, porque los ojitos se le dieron vuelta. Fue una escena épica… había leche, tetas, pija y Celeste, en una confusión de géneros y roles.

Me quedé con la potente sensación de haber cruzado un límite, de haber encontrado a alguien que es capaz de darme todo ese poder, sin que el juego quede estancado ahí, sin que pierda esa cosa de macho que me encanta, que me permite también switchear posiciones. La posibilidad de que el poder fluctúe existe y se traduce en una variedad de prácticas sexuales, pero nunca me había pasado con esta naturalidad y a estos extremos. 

Es un poco raro agradecerle a alguien por sexo, pero en este caso, siento que se lo debo, porque me entregó mucho, pero mucho más que la cola.


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